La voz interna

viernes, 30 de diciembre de 2016

La metrópolis

La metrópolis


La calle donde vivo guarda el secreto de los días, guarda y practica cada día el mismo ritual.
La gente es llamada por una entidad que no ven ni comprenden.
De mañana caminan de oeste a este y de tarde retoman el camino inverso.
He descubierto por qué caminan tan apurados, tan hipnotizados, tan teledirigidos: son sin duda los encargados de prender y apagar el sol cada día.



Código de registro: 1701230427047

: 23-ene-2017 5:06 UTC

La plaza



LA PLAZA DE LAS PALOMAS




Aun no las detestaba ni tenía juicio de valor alguno, pero si me rompía soberanamente las bolas, que cada vez que quería salir al balcón, tuviera que realizar una limpieza general, para no terminar todo embadurnado de mierda de paloma.

La vista de la plaza es magnífica, debo de reconocerlo, pero esos viejos decrépitos no dejan de alimentar palomas, a tal punto que podría decirse a vuelo de pájaro, que aquí residen o al menos se congrega más de la mita de las palomas de la ciudad. 

Quite de la percha mi abrigo, me sujete los zapatos y decidí poner fin a esta locura.
Como siempre la plaza estaba repleta de octogenarios y palomas, esos viejos hijos de puta no tienen para comer, pero se las apañan día tras día, para trae sus migas mugrientas en bolsas de plástico y no encuentran mejor diversión, que tapizar la plaza de pan y quedar hipnotizados viendo como picotean las palomas el granito. La pobre estatua es una mescla cincuenta cincuenta de bronce y mierda.
Los viejos también son como palomas, se amontonan apilados en los bancos y ya casi no hay lugar para otra cosa que no sea palomas y ancianos dementes. También son estatuas cincuenta y cincuenta, carne de garron resistiendo el frío. 


Atravesé la plaza, rezando que no me cagaran encima, ni las palomas ni los viejos, las palomas se abrían paso y los viejos me miraban disgustados, como si les tocará el culo, o pero,- les alejara las palomas.
Intente tener una charla.
-¿Por que le dan pan a los pajaros?
Le pregunte al que me pareció más cuerdo y sano, de los moribundos.
Pero solo me miro un segundo y regreso ha hacer bolitas de pan, entre los dedos arrugados y torcidos. Tiro un par de veces más delante de él, el preparado y al ver que yo no me iría sin una respuesta me dijo
-No son pájaros, son ratas con alas, a nosotros nos queda poco tiempo, pero estas porquerías van a joderte, cuando ya no nos quede más pan 


¡Me dijo así Marcos!, ¿podes creerlo?, te juro que esos viejos de mierda tienen un plan, acá y en todas las plazas, para cagarnos la vida

Código de registro: 1701230433802

: 23-ene-2017 23:35 UTC

jueves, 29 de diciembre de 2016

Desencuentros 45


Cachorros

CACHORROS

De aquella madre nacieron tres crías.
La más pequeña se arrastraba y lloriqueaba con lo que le quedaba de fuerza y sangre, al tiempo que se refugiaba contra las costillas de su madre que estaban más afuera que adentro de la perrita muerta de hambre. Puro pellejo y unas mamas que colgaban como flecos, sucios y lastimados.

El otro cachorro jugando a ser perro lo mordió en algún lugar que no debía con el colmillo filoso y atravesó la arteria que no dejaba de sangrar por más cerca de la madre que estuviera... no siempre la cercanía alivia las heridas.
El culpable del desastre no paraba de lamerle el pelo y de esa manera estuvo consolando a su moribundo hermano hasta que dejó de respirar.
La lengua afuera, los ojos secos y gelatinoso, la sangre dura en el lomo lamido; nadie pudo hacer nada, ya nunca dejaría de ser cachorro.
Yo recordé a mi hermana, el tiempo en que fuimos cachorros y jugábamos a ser grandes. Como sonseando nos fue ganando el personaje y hoy solo nos quedan los recuerdos de cachorro y las ganas de mordisquearnos debajo de la mesa.
Recordé porque ella siempre me lo recuerda y es imposible mirarla a la cara sin recordar. Que le tiré jugando una piedra que le dejó en la frente una marca de por vida, una pequeña cicatriz que lleva a cuestas desde entonces como una nota de recordatorio tatuada. Nadie recuerda porqué fue, ni siquiera importa; lo que sí recordamos es que corrimos con suerte y que hoy puedo seguir pidiéndole perdón aunque casi nunca lo hago.

El cachorro echado bajo la pata huesuda de la madre lloriquea desconsolado. Debe de ser irreparable no tener a quien pedir perdón.

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miércoles, 28 de diciembre de 2016

DESENCUENTROS N 59




Rayos Emma

 

 

Rayos Emma

 

 

Estremecida por el sonido del rayo, corrió a ocultarse en la espesura de sus pensamientos, sería improbable que nuevamente, por segunda o tercera vez, el rayo eligiera caer en el mismo lado, o en la misma persona. Ema razonaba eso pero no se convencía.


El diluvio comenzó de un momento para otro y las calles que estaban repletas de cajones de frutas y verduras se transformaron en verdaderos ríos, por donde flotaban improvisados barcos de madera, cargueros infinitos de plátanos, chauchas y sin fin de variedades agrícolas.
Algunos de los peones siguieron como si nada, cargando y descargando, con el agua por los tobillos y empapados de pies a cabeza. Algunos bultos se perdieron en la esquina del mercado, o se abrieron mar adentro por la avenida circundante.

Emma no pudo salir de su improvisada cárcel, el pánico la mantenía allí, inmóvil temiendo lo peor, un jovencito se acerco e intento brindarle ayuda pero terminó por alejarse al ver la cara de desencajada de Ema.

Apurados como hormigas que ven llegar el otoño, los hombres corrían o nadaban velozmente, intentando salvar lo más posible, aunque fuera una tarea imposible de concluir.
Los estibadores sacaron su mejor habilidad a relucir y en cadenas humanas, de todos con todos, lanzaban por el aire los cajones repletos, los atajaban con maestría y los apilaban en donde fuera que estuvieran a salvo.

Ema por el contrario, asistía a todo aquello como si el sonido atronador del cielo la hubiera convertido en una estatua, una estatua en medio del espectáculo circense, donde equilibristas. magos y sobre todo malabaristas, montaban un espectáculo improvisado y a publicó vacío.

El agua no tardó en superar las veredas y cuando llego al los galpones, las ratas, cuando no, salieron trepadas en los restos de maderas, naufragando en dirección norte, sin rumbo ni destino fijo, para entonces el agua llegaba casi hasta los muslos de los actores mal pagados y aunque muchos de los cajones estaban ya a salvo, seguían intentando salvar lo insalvable.
Un segundo rayo tembló más cerca y Emma vio con espanto, como algunos de esos hombres curtidos por la fajina, empezaban a ser arrastrados por la corriente, también rumbo a la avenida, también con destino incierto. Lejos de aplacarse la lluvia parecía interminable, toneladas de agua, formaban un nuevo paisaje, donde las pilas amontonadas de cajones se tornaban islas, casi seguras, donde los hombres se aferraban. A pesar de aquel caos, de aquella situación excepcional, todos menos Ema, se mantenían calmos y relajados, aun los que partían mar adentro, lo hacían de un modo solemne.

Cuando la cosa no podía ponerse peor, empezaron a llegar cosas y cositas de los barrios altos, paraguas, gorros, apliques de cabello, pelucas viejas, y uno que otro viejo calandraque que pasaba sonriendo y saludando a Emma, antes de perderse bajo el agua. Los peces empezaron a aparecer en cardumen y comer los restos de frutas y verduras, para no ser menos también saludaron a Ema, vinieron expertos, buzos, científicos, turistas japonés todos parecian darse cita en aquel mercado.
De pronto tan aprisa como sucedió todo, así mismo, se esfumó. 

Emma comprendió, que aquel acontecimiento irrefutable no era un sueño, sino la constatación de lo posible, de los sucesos improbables, un nuevo rayo o el de siempre,  le había caído en el mismo lado



Código de registro: 1701230433802

: 23-ene-2017 23:35 UTC

HUMANIDAD

HUMANIDAD

 

 

—Mételo a la ducha, si se pone rebelde; ahí tiene la puerta —su cara decía: que no aguantaba un pedo en el culo, le mostré los pocos dientes que me quedan.

—Mételo vos si sos tan crack —le contestó el guardia que me arrinconaba y corría la cara

Y siguieron un buen rato pasándose la pelota de mano en mano, yo (la pelota) me dedique a rebotar por las paredes, abrir las alas y dejar que mi olor a humanidad los alejara,
Casi no quedan humanos que se amen, la humanidad está aca, intacta, sin perfumar, sin lavar, sin nada más que humanidad y trapos desechos que huelen a más realidad que todos los trajes del mundo.

Cuando la conocí yo no sabía casi nada de humanidad, me cepillaba los dientes o sorbía café en los bares, me escapaba del frío y del calor como si no fueran parte del mundo, pero: la conocí.
Supe el día que la encontré, tirada en el escalón de mármol de la biblioteca municipal, que no se trataba de cualquier mujer, me despertó el mismo instinto que supongo tenía muy en claro Luis XIV: lo que algunos llaman hedor es el verdadero olor de los hombres.

La ame, primero la ame desde una distancia prudente, desde mi jabón de tocador, desde mi ropa planchada, pero no tarde en amarla desde su lugar, desde los colchones hechos con cartón y las almohadas de lata, entonces si que la ame. la ame de igual a igual, nos cogimos media ciudad haciendo que se escandalizaran las señoras y nos insultaran de lejos los pitucos.

Con el tiempo gane algo más que el amor, gane un escudo contra los hipócritas, una defensa infranqueable contra los duelos del orden, una libertad absoluta, una casa enorme de mil baños y una venta siempre abierta por donde contemplar las olas.

Ella ( no se su nombre) fue libre mucho antes, ni siquiera estaba completamente aquí, alguna parte de ella estaba más allá de todos nosotros, aun de mi, de mi amor incondicional, jamás me dedico una palabra, ni tan siquiera una letra. su libertad estaba aun mas allá de mi comprensión y así aprendí a entenderla con gestos y ademanes, con abrazos que curan el frío, con restos que matan el hambre.

—No tengo toda la noche, te metes al agua, o te vas a la mierda.—La busqué con la mirada para que escapamos juntos de ese refugio podrido— tu amiga se baño, ¡mira hay viene! hecha una señorita

—¡Noo! — Corrí al baño, aguante la respiración al pasar por al lado de "la señalada" y la busque en la repisa, en la ventana, la encontré por fin ; escurriéndose por el desagüe de la ducha. Casi no pude, o no fui capaz, de despedirme. la vi partir escaparse entre la maraña de pelos, se que ese día yo también. perdí la ultima parte que me quedaba de humanidad

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: 23-ene-2017 23:35 UTC

lunes, 26 de diciembre de 2016

Puchos

 

PUCHOS




Cuando el hambre es mucha —decía la vieja—, al estómago le da por empezar a comerse a sí mismo, no tengo idea si es verdad o no.
Capaz que mi vieja lo leyó en "La cosmopolitan" o peor aún, en "La sputnik" puesto que en casa no había libros, solo pasquines; se los regalaban las patronas pitucas para hacerse las buenas y deshacerse de la basura.


En fin, una vez tuve mucha hambre, pero mucha, lo que se dice mucha, sólo una vez.

Estaba encerrado en un calabozo propio de la edad media para adolescentes de media edad, golpeaba los barrotes con los muñones o con un zapato de goma blanca, los policías pasaban y se reían, de yo qué sé... porque pocas cosas han de tener menos gracia que ser policía; tenía un hambre de dos o tres días y creo que mi estómago estaba comiéndose más que mi estómago.

El tipito miniatura de soldado reprimido hacía bien de policía sorete, supongo que estaba aburrido y pensó que sería gracioso alimentar al mono con polenta mezclada con colillas de cigarro. Me tiró el plato a lo perro o a lo milico que es lo mismo (con perdón de los perros) y mi cabeza pensó en no comer esa mierda, pero mi mano le dio poca o ninguna cabida y separé las colillas, una por una, algunas no estaban tan mal.
Mi suerte estaba cambiando, polenta y postre, todo en un mismo día; con la otra mano apretaba fuerte una de las tres cobijas del calabozo, todo mundo sabe, por lo menos acá se sabe que la matemática nunca funciona: si somos tres pichis, tres frazadas y si somos seis reos, tres frazadas, así de simple, dejar un segundo la tela podrida es la diferencia entre una noche más y una noche de mierda…

El policía chiquito volvió a pasar (sádico, le gusta ver al burrito pastar del plato), él es el burro, no lo sabe, pero le gusta mirar.

Terminé el plato de polenta, quién sabe cuántos días pasarán para que se repita esta suerte bacana.
Miré con cuidado las colillas y seleccioné con precisión las más pequeñas, las que tuvieran menos tabaco porque calculé que si el hijo de puta me daba fuego y me tiraba la colilla, no perdería tanto; pero si me daba fuego y se apagaba antes de que encendiera la colilla gorda separada especialmente para el postre, la elección sería un fracaso.

Me arrimé a la reja, le pedí respetuosamente fuego (como corresponde cuando la necesidad es la de uno) y el tipo flaquito, uniformado de ridículo, sacó un encendedor flamante del bolsillo, me miró y dijo:

—Shh, no te lo do poque me lo va a robar, aparte, ¿qué edad tiene para anda fumando?

—La misma que para estar preso, puto del orto — respondí sin pensar que justamente esa era la respuesta que él esperaba para no pasar aburrido la tarde

—¡Cha tu madre... ¡Gonzalez!! —gritó mientras se le saltaba la vena del cuello y movía la mano como un desquiciado —¡Gonzalez, me saca a este mugriento, me lo planta en el patio y vamo a ve quién es el putito!

Terminé contra la pared en pelotas, mojado hasta los huesos y sin un puto cigarro, para aquel entonces aprendí que; no todos los días son buenos y que algunas noches por más aferradas que sean, toca dormir sin frazada.


Código de registro: 1701230433802

: 23-ene-2017 23:35 UTC
 

¡Corre!

 ¡Corre!

Si por un instante
un segundo
una fracción de nada
sientes que debes salir corriendo
¡corre!

sin mirar atrás
sin pedir permiso
sin siquiera despedirte
¡corre!

déjame atrás
déjame, piérdeme de vista
no te lamentes
no me lo expliques
no justifiques tus actos
déjame como una memoria
como un recuerdo
como una posibilidad pérdida
! corre!

pero no me dediques otro segundo de lástima
con los ojos repletos
de la melancolía
con que miras al pasado


LOS POETAS CORREN AL AMOR, LAS HORMIGAS A LA AZÚCAR

LOS POETAS CORREN AL AMOR, LAS HORMIGAS A LA AZÚCAR


Dile cuanto y como la amas,
dile de qué forma y de que manera la deseas
Escupele que la soledad te desespera
dibuja lo que eres o dejas de ser sin ella


 
Pero no me sigas pronunciando su nombre
No me involucres en tus desvelos,
no me hagas cómplice de tus desamores,
mucho menos de tus adoraciones.


Dedicale los sinsentidos que pronuncias,
seducido por sus encantos
Murmura al oído que estás dispuesto,
que es musa de tus secretos.


Pero deja de escribir en los baños
que está siempre en tus pensamientos
No me hagas partícipe de la orgía
que relata tu intelecto


Escríbele un libro, dedicale una carta,
busca las mil formas de decir lo mismo.
Mientele tus fantasías en las bancas,
mientete tus soledades de abismo


Pero deja de pronunciar su nombre,
de llamarla en el tumulto de mortales,
deja de recordarme lo que he perdido,
lo que ya no busco y persigo.


Sigue gastando tinta y palabras,
en tu sentimientos cautivos,
déjale una nota en el camino,
desgasta en ella tus alabanzas


Pero deja nombrarla en palabras,
pues de tanto pronunciar
de tanto traela a mi presencia,
terminarás por convencerme,
que no puedo vivir con su ausencia



TE LO DIJE...

                                   TE LO DIJE...

Jorge supo que era ella aún antes de que abriera la puerta, el perfume inconfundible de otro hombre anunciaba su llegada mucho antes de que Luisa entrara en la sala.
Intentó mantener la vista en su libro, que no se notara su inquietud, como quien lleva la procesión por dentro la saludó sin sacar la mirada de las interminables hojas.


—Buenas noches, querida —intentó que la voz no se le quebrara, intentó no salir enfurecido a su encuentro, ¿qué caso tendría dar una batalla que hace rato estaba perdida?

—Buenas noches, amor —su tono parecía apenado, casi de disculpas, una culpa y una pena de la cual él se sentía parte

Las cosas no pasan de un día para otro, le devino a la memoria el cambio paulatino de Luisa, hace unos cuantos meses comenzó por pintarse las uñas, arreglarse el cabello, uno por uno sumó gestos coquetos que no practicaba desde hacía muchos años. En un principio creyó que todo aquello llegó con la edad, con un último suspiro de juventud; pero pronto los delicados detalles se convirtieron en grotescos signos de engaño, el perfume de hombres, los cambios de humor repentinos, las llegadas cada vez más tarde del té con amigas, una mañana llegó al colmo de encontrar, sin querer, entre sus cosas, uno de esos jaboncitos que se dispensan en el baño de los moteles. Desde entonces no dejó de pensar, incluso armó maletas con la intención de largarse, de dejarla vivir su vida, pero el tenía eso en el pecho, la sensación de que nunca lo lograría sin ella, durante esos últimos veinte años fue la mujer de su vida.
 
—¿Tomamos un té, antes de dormir? —, cuando ella se lo propuso, él supo que era el momento, que ya casi no quedaba tiempo, lo supo en el tono tembloroso con que pronunció aquellas palabras.

—Claro, yo preparo el agua, tú busca los saquitos que están en el armario —caminó con más dudas de las que jamás tuvo en su vida, inmóvil frente a la jarra, al agua levantando el hervor... se convenció por última vez de que no podía vivir sin ella.


Luisa abrió la puerta con la esperanza, la última esperanza de que algo cambiara esa noche, pero al entrar vio como se esfumaba: Jorge se mantenía en su libro fingiendo que leía un libro interminable, sin siquiera moverse para saludarla.

—Buenas noches, querida —Luisa se resignó ante aquel balbuceó nervioso, como si le molestara su llegada, sentía la indiferencia de aquél hombre, su único y lejano hombre

—Buenas noches, amor —contestó apenada, esperando que él notara cuánto lo precisaba.

Hace meses ensayó sus últimos intentos de revivir todo aquello, primero con pequeños gestos o acciones que parecían no dar ningún resultado, con ilusión pintó sus uñas, se coloreó el cabello, compró ropa nueva o eligió mejor las prendas, uso a disgusto tacones solo porque a él le gustaban, llegó a pensar que Jorge caía en la crisis de los años. Luego fue que sospecho lo peor, que tendría otra, que por eso no la abrazaba en las noches, que por eso la miraba con ojos extraños, entonces, arremetió con más fuerza, su humor no lo resistía, aún asi compró perfumes de hombre que derramaba en su ropa casi a diario, sobre todo cuando se quedaba más de lo normal en la casa de María donde tomaba té y lloraba sin descanso. Una noche notó que Jorge armaba maletas, las dejó a la vista como una señal clara de abandono, no lo pudo resistir... en un último intento compró de esos jaboncitos que dan en los hoteles y los dejo casi a la vista, apenas cubiertos por una chaqueta. Pensó en dejarlo ir, en abrirle la puerta, pero sabía que no podía vivir sin ese hombre que durante los últimos veinte años fue el hombre de su vida.

—¿Tomamos un té antes de dormir? —esperó que él se negara como última señal de salvación.

—Claro, yo preparo el agua, tú busca los saquitos que están en el armario —caminó con más dudas de las que jamás tuvo en su vida, inmóvil frente a el armario, miró las bolsitas, eligió con cuidado, convencida por última vez de que no podía vivir sin él.

Jorge quitó el agua del fuego sin cerrar el gas, con ojos resignados regresó a la sala a pasar su última noche; Luisa dejó caer las gotas de veneno en las tazas por debajo de los sobrecitos de té con la última satisfacción de compartir una noche con él.

Código de registro: 1701230433802

: 23-ene-2017 23:35 UTC