La voz interna

lunes, 26 de diciembre de 2016

Puchos

 

PUCHOS




Cuando el hambre es mucha —decía la vieja—, al estómago le da por empezar a comerse a sí mismo, no tengo idea si es verdad o no.
Capaz que mi vieja lo leyó en "La cosmopolitan" o peor aún, en "La sputnik" puesto que en casa no había libros, solo pasquines; se los regalaban las patronas pitucas para hacerse las buenas y deshacerse de la basura.


En fin, una vez tuve mucha hambre, pero mucha, lo que se dice mucha, sólo una vez.

Estaba encerrado en un calabozo propio de la edad media para adolescentes de media edad, golpeaba los barrotes con los muñones o con un zapato de goma blanca, los policías pasaban y se reían, de yo qué sé... porque pocas cosas han de tener menos gracia que ser policía; tenía un hambre de dos o tres días y creo que mi estómago estaba comiéndose más que mi estómago.

El tipito miniatura de soldado reprimido hacía bien de policía sorete, supongo que estaba aburrido y pensó que sería gracioso alimentar al mono con polenta mezclada con colillas de cigarro. Me tiró el plato a lo perro o a lo milico que es lo mismo (con perdón de los perros) y mi cabeza pensó en no comer esa mierda, pero mi mano le dio poca o ninguna cabida y separé las colillas, una por una, algunas no estaban tan mal.
Mi suerte estaba cambiando, polenta y postre, todo en un mismo día; con la otra mano apretaba fuerte una de las tres cobijas del calabozo, todo mundo sabe, por lo menos acá se sabe que la matemática nunca funciona: si somos tres pichis, tres frazadas y si somos seis reos, tres frazadas, así de simple, dejar un segundo la tela podrida es la diferencia entre una noche más y una noche de mierda…

El policía chiquito volvió a pasar (sádico, le gusta ver al burrito pastar del plato), él es el burro, no lo sabe, pero le gusta mirar.

Terminé el plato de polenta, quién sabe cuántos días pasarán para que se repita esta suerte bacana.
Miré con cuidado las colillas y seleccioné con precisión las más pequeñas, las que tuvieran menos tabaco porque calculé que si el hijo de puta me daba fuego y me tiraba la colilla, no perdería tanto; pero si me daba fuego y se apagaba antes de que encendiera la colilla gorda separada especialmente para el postre, la elección sería un fracaso.

Me arrimé a la reja, le pedí respetuosamente fuego (como corresponde cuando la necesidad es la de uno) y el tipo flaquito, uniformado de ridículo, sacó un encendedor flamante del bolsillo, me miró y dijo:

—Shh, no te lo do poque me lo va a robar, aparte, ¿qué edad tiene para anda fumando?

—La misma que para estar preso, puto del orto — respondí sin pensar que justamente esa era la respuesta que él esperaba para no pasar aburrido la tarde

—¡Cha tu madre... ¡Gonzalez!! —gritó mientras se le saltaba la vena del cuello y movía la mano como un desquiciado —¡Gonzalez, me saca a este mugriento, me lo planta en el patio y vamo a ve quién es el putito!

Terminé contra la pared en pelotas, mojado hasta los huesos y sin un puto cigarro, para aquel entonces aprendí que; no todos los días son buenos y que algunas noches por más aferradas que sean, toca dormir sin frazada.


Código de registro: 1701230433802

: 23-ene-2017 23:35 UTC
 

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