La voz interna

lunes, 26 de diciembre de 2016

TE LO DIJE...

                                   TE LO DIJE...

Jorge supo que era ella aún antes de que abriera la puerta, el perfume inconfundible de otro hombre anunciaba su llegada mucho antes de que Luisa entrara en la sala.
Intentó mantener la vista en su libro, que no se notara su inquietud, como quien lleva la procesión por dentro la saludó sin sacar la mirada de las interminables hojas.


—Buenas noches, querida —intentó que la voz no se le quebrara, intentó no salir enfurecido a su encuentro, ¿qué caso tendría dar una batalla que hace rato estaba perdida?

—Buenas noches, amor —su tono parecía apenado, casi de disculpas, una culpa y una pena de la cual él se sentía parte

Las cosas no pasan de un día para otro, le devino a la memoria el cambio paulatino de Luisa, hace unos cuantos meses comenzó por pintarse las uñas, arreglarse el cabello, uno por uno sumó gestos coquetos que no practicaba desde hacía muchos años. En un principio creyó que todo aquello llegó con la edad, con un último suspiro de juventud; pero pronto los delicados detalles se convirtieron en grotescos signos de engaño, el perfume de hombres, los cambios de humor repentinos, las llegadas cada vez más tarde del té con amigas, una mañana llegó al colmo de encontrar, sin querer, entre sus cosas, uno de esos jaboncitos que se dispensan en el baño de los moteles. Desde entonces no dejó de pensar, incluso armó maletas con la intención de largarse, de dejarla vivir su vida, pero el tenía eso en el pecho, la sensación de que nunca lo lograría sin ella, durante esos últimos veinte años fue la mujer de su vida.
 
—¿Tomamos un té, antes de dormir? —, cuando ella se lo propuso, él supo que era el momento, que ya casi no quedaba tiempo, lo supo en el tono tembloroso con que pronunció aquellas palabras.

—Claro, yo preparo el agua, tú busca los saquitos que están en el armario —caminó con más dudas de las que jamás tuvo en su vida, inmóvil frente a la jarra, al agua levantando el hervor... se convenció por última vez de que no podía vivir sin ella.


Luisa abrió la puerta con la esperanza, la última esperanza de que algo cambiara esa noche, pero al entrar vio como se esfumaba: Jorge se mantenía en su libro fingiendo que leía un libro interminable, sin siquiera moverse para saludarla.

—Buenas noches, querida —Luisa se resignó ante aquel balbuceó nervioso, como si le molestara su llegada, sentía la indiferencia de aquél hombre, su único y lejano hombre

—Buenas noches, amor —contestó apenada, esperando que él notara cuánto lo precisaba.

Hace meses ensayó sus últimos intentos de revivir todo aquello, primero con pequeños gestos o acciones que parecían no dar ningún resultado, con ilusión pintó sus uñas, se coloreó el cabello, compró ropa nueva o eligió mejor las prendas, uso a disgusto tacones solo porque a él le gustaban, llegó a pensar que Jorge caía en la crisis de los años. Luego fue que sospecho lo peor, que tendría otra, que por eso no la abrazaba en las noches, que por eso la miraba con ojos extraños, entonces, arremetió con más fuerza, su humor no lo resistía, aún asi compró perfumes de hombre que derramaba en su ropa casi a diario, sobre todo cuando se quedaba más de lo normal en la casa de María donde tomaba té y lloraba sin descanso. Una noche notó que Jorge armaba maletas, las dejó a la vista como una señal clara de abandono, no lo pudo resistir... en un último intento compró de esos jaboncitos que dan en los hoteles y los dejo casi a la vista, apenas cubiertos por una chaqueta. Pensó en dejarlo ir, en abrirle la puerta, pero sabía que no podía vivir sin ese hombre que durante los últimos veinte años fue el hombre de su vida.

—¿Tomamos un té antes de dormir? —esperó que él se negara como última señal de salvación.

—Claro, yo preparo el agua, tú busca los saquitos que están en el armario —caminó con más dudas de las que jamás tuvo en su vida, inmóvil frente a el armario, miró las bolsitas, eligió con cuidado, convencida por última vez de que no podía vivir sin él.

Jorge quitó el agua del fuego sin cerrar el gas, con ojos resignados regresó a la sala a pasar su última noche; Luisa dejó caer las gotas de veneno en las tazas por debajo de los sobrecitos de té con la última satisfacción de compartir una noche con él.

Código de registro: 1701230433802

: 23-ene-2017 23:35 UTC

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