La voz interna

lunes, 2 de enero de 2017

BOLIGOMA SIN CHAMPION

 

 

 

BOLIGOMA SIN CHAMPION




El niño viejo me empezó a hablar de cosas sin sentido. hablaba sin parar.
—Tengo un bulldog en el bolsillo, hace un rato esto estaba lleno de tortugas azules...
Miré su bolsillo, no podría entrar en él ningún perro ni siquiera de juguete, el bolsillo estaba deshilachado, un colador por donde cabía la posibilidad de que uno o varios perros pasarán, al menos de juguete.
—¡Qué decís, acá sólo estamos nosotros! —intenté tomar su temperatura tocándole la frente pero se movió bruscamente, lanzó un tarascón y se echó a reír.
—¡Vos que sabes si sos tremendo pancho!
El niño viejo seguía respirando con dificultad, de a ratos dejaba de respirar o salía corriendo a gritarle a los autos que dejaran de pisar el pasto.
Alguna persona pasaba y nos miraba con asco, asombro o lástima; pero nadie detenía a los coches que seguían pisando el jardín y dejaban unos surcos infinitos donde nadie podía plantar nada, quemaban el pasto con las frenadas y el ruido ahuyentaba a las gaviotas que dejaban de cazar gusanos para salir despavoridas a esconderse detrás de los semáforos.
El niño viejo seguía gritando que se detuvieran, lloraba de rabia, solo lo vi llorar de rabia: era demasiado viejo para llorar por otros sentimientos. Intenté calmarlo, apresarle algunas lágrimas para mañana, para cuando tuviéramos otra rabia por la cual llorar, me saco a patadas.
—¡No toques, qué tocas Gil! —me pateaba los talones y me gritaba que los detuviera.
Yo no podía hacer nada, solo pescaba peces transparentes que desaparecían en mis manos.
Empezamos a buscar algo adentro de la bolsa, el niño me dijo que él lo dejo allí en el fondo, que buscara, que tenía que estar. Me sumergí, nadé en el líquido pegajoso y encontré a las gaviotas —a ellas les gustan los peces transparentes — y así saque un par del pico y se las di, él dejo de llorar, ya no te tenía más rabia y a mí no me quedaba más lástima; nos quedamos quietos mirando como comían gusanos de entre los surcos infértiles del patio.
Me abrazó, nunca me abraza, nunca me quiere, siempre me dice que querer es para para pendejos; me dejé abrazar, yo sí lo quería aunque nunca podía decírselo.
Por eso buscaba gaviotas en el fondo del río y yo sé que el lloraba para que las trajera, pero ninguno de los dos lo decía, nos queríamos con rabia, por eso él solo lloraba: porque la rabia es el amor de los que se quedaron sin cariño, de los que se cansaron de esperar que las gaviotas los quisieran y ahora del pico, del ala, o de la cola, las traemos a comer de los surcos.
—¡Mira, ahí está se esconde, atrás del semáforo, nos quiere rastrillar las cosas¡ —señaló con su dedo de moco.
—No, no es ella, es otra —afirmé la vista, pero solo veía adelante nunca atrás de las luces.
—¡Qué sabes vos, te digo que sí, que es, esconde la leche!
Un hombre pasó y nos tiró una moneda, la moneda se partió contra el piso, se partió como en veinticinco.
—Ves, te dije que no es.
Rasgamos la piedra y la moneda ya estaba enterrada en la losa, en el pavimento, en veinticinco lados distintos donde nunca la encontraríamos.
El niño volvió a abrazarme, ahora para sacarme de las manos la bolsa, para buscar las gaviotas y traerlas a patadas porque no quedaban peces, porque él nunca las traía de la mano, siempre a patadas y yo sé que no lo hace de malo, lo hace de viejo, porque ya quedan pocas y la moneda esta partida como migas en el piso, y no queremos pensar que es la última vez que tendré que volver a ser el niño buscando monedas para rellenar una bolsa de leche con pegamento para poder encontrarnos y perseguir felices a las gaviotas.



Código de registro: 1701230427047

: 23-ene-2017 5:06 UTC

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