La voz interna

viernes, 13 de enero de 2017

NIÑOS



 NIÑOS






Cierta ocasión me encontraba en el apartamento de Elena Desanti, en uno de nuestros habituales encuentros que por motivos prácticos solían darse en su diminuto y acogedor apartamento. Este se situaba en un cuarto piso del centro de la ciudad y contaba con una vista espléndida que dejaba ver la plaza central.
La Señora Desanti es una viuda bastante culta, de carácter sobrio y apasionadamente dada a los afectos carnales, por este motivo mantenemos de un tiempo a esta parte una relación de amistad y encuentros casuales. A pesar de su edad se mantiene agradable a la vista y en un envidiable estado físico. He leído en algún artículo de un periódico que no citaré (no por precaución sino por olvido) que los cuarenta son los nuevos treinta y teniendo en cuenta lo apetecible que se ve la Sra. de Saint, puedo confirmarlo.


En la sala del apartamento 4, todo está cuidadosamente dispuesto y delicadamente acomodado, hasta el gato gordo de angora acurrucado en el sofá, simulando un vívido adorno. Una mesa ratona de caoba que presenta una serie de pocillos de clásicos colores negros y blancos en cuyo interior abundan aceitunas, maní, nueces... festín coronado con dos copas de estilo abombado y pie corto, propias del cogñac. Lo que una dama acostumbra beber, no es casual y habla mucho de su carácter: el coñac es un claro ejemplo de aquella teoría: somos lo que bebemos. Junto a dicha mesa, dos almohadones dispuestos a modo de asientos daban un ligero toque japonés, el cual le elogie diciendo:

— ¡Qué excelente gusto el suyo!, íntimo, juvenil...
No terminé de comentar, pues, la señora Desanti me interrumpió con una anécdota.

— ¡Hablando de intimidad, ¿puede usted creer?! —dijo en tono levemente alterado— Al apartamento 4B, se ha mudado una pareja de nuevos propietarios, ellos de costumbres campechanas y poco amables, no han tomado a bien mi sugerencia de poner coto a sus dos niños, que alborotan la convivencia. !Corren, juegan de forma desmedida y lanzan unos alaridos!, ¡son unos mocosos que no dejan dormir ni siquiera la siesta!
No supe cómo reaccionar a ese comentario y esperando que algo se me ocurriera o comprendiera en su totalidad lo relatado por la señora Desanti, es que puse cara de sorpresa y ella continuó con su monólogo.

— Para colmo, cuando fui a hablar con esa pareja tan desconsiderada, me cerraron la puerta en la cara con total desfachatez al plantearles la posibilidad de que se mudaron a un sitio más acorde, una casa o un "penthouse" donde sus pequeños salvajes no molesten día y noche como lo hacen. Sus gritos se escuchan desde planta baja... ¿Acaso no tenemos derecho al silencio? ¿Puede creerlo usted? —sentenció a modo de pregunta la señora Desanti.

Yo, que no salía de mi estupor, pude reaccionar a tiempo para decir:

— ¿Y no accedieron al menos a amordazarlos? Los niños deberían nacer adultos para no pasar por estos momentos tan desagradables...




Inmediatamente pensé que mi comentario (obviamente irónico) podría poner fin a tan prometedora velada (quizás pensé una cosa y dije otra).
Por suerte la señora Desanti, no demoró en responder.

— Deberían, deberían...


La tarde siguió más o menos como la preveía: el gato inmóvil bajo la luz de la ventana, el coñac en su punto, exquisitas las aceitunas y la Señora Desanti.
Últimamente no la he visto mucho y las visitas se han reducido bastante. Esto no se debe, a que la compañía de la señora Desanti, me resulte desagradable sino más bien a que no consigo una nana que se preste a cuidar al niño que como “casi todos” llevo dentro.
 
 
 
 
Código de registro: 1701230433802

: 23-ene-2017 23:35 UTC
 

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