La voz interna

martes, 28 de febrero de 2017

LA HIJA






  LA HIJA MENOR


  
Todas las noche la menor de los Morería se bañaba medio desnuda en el río. Siempre en la noche hiciera frío o calor. Melisa, la menor de los Moreira, bajaba por el camino, manoteaba unas flores y sumergía medio cuerpo en la cañada. Allí se quedaba quieta, fuera invierno o verano, el agua le pasaba mansa entre las piernas y la noche le reflejaba cada tanto una luna casi entera. No siempre fue así, antes no caminaba descalza el sendero de tierra que desembocaba en la orilla y mucho menos se dejaba caer la ropa para entrar al agua. Todo aquello sucedió de pronto, a eso de los diez o doce años, una noche entró a enfilar derecho y se perdió en lo oscuro, desde esa noche fue una procesión constante; la vela al santo, el santo a la ventana, y Melisa a la cañada. 


 La madre (que en paz descanse), de lo posible no le quedó nada e intentó con lo imposible; visitó cuanto curandero, matasano o yuyero encontró en la vuelta. Dicen que llegó a traer una gitana, una petisa gorda de falda larga, de esas que te andan leyendo las manos, que traen un lunar en el mentón u otra parte de la cara y hablan ligerito. Esa fue la que terminó de traer la desgracia; dicen (porque decir es barato y es de lo poco que hay para hacer en los pueblos) que la gitana tenía lengua de serpiente: muy filosa, y que les dijo las verdades una tras otra, esas verdades que la madre de Melisa sabía y no quería escuchar. 

La tarde que la gitana se marchó, el griterío fue tal en la casa que no quedó insulto por decir ni reproche por echar en cara. Los perros ladraron llamando a la tragedia, con ese aullido en tono de lamento y rascando la tierra, como quien busca refugio. La casa de los Moreira estaba como maldita y así lo atestiguaban los hechos. Melisa salió como cada noche y la madre la acompañó esta vez sin tratar de detenerla, muy por el contrario, la tomó de la mano y se fueron llorando juntas. Melisa regreso como cada noche y don Moreira se le quedó viendo sin soltar palabra. Esa noche nadie durmió, caminaron de arriba abajo y de abajo para arriba sin encontrar rastro ni prenda, la gitana tenía lengua de serpiente, de las que sesean las verdades, que nadie quiere andar escuchando. 

La escena se sucedió día tras día, año tras año, el pasto murió a sus pies y la noche la encontraba sin remedio. 

 El viejo Moreira se sentó en en unos troncos que servían de echadero, espero paciente fumando en la puerta, pensando en quién sabe qué, pero pensando, se fumó uno o dos puros mirando la nada, como si de la nada misma llegara una respuesta, que todos conocían en silencio. 

Melisa paso sin mirarlo, anduvo sin percibirlo, llegó sin saberlo, se remojó sin sentirlo, rezó por última vez sin nombrarlo. Fue la última vez que el río la vio desnuda, fue la última noche de los primeros días... El río se llevó por fin los secretos que todos murmuraban. Melisa regresó con plena y apacible certeza de que no volvería a tocarla otro Moreira.

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