La voz interna

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Rayos Emma

 

 

Rayos Emma

 

 

Estremecida por el sonido del rayo, corrió a ocultarse en la espesura de sus pensamientos, sería improbable que nuevamente, por segunda o tercera vez, el rayo eligiera caer en el mismo lado, o en la misma persona. Ema razonaba eso pero no se convencía.


El diluvio comenzó de un momento para otro y las calles que estaban repletas de cajones de frutas y verduras se transformaron en verdaderos ríos, por donde flotaban improvisados barcos de madera, cargueros infinitos de plátanos, chauchas y sin fin de variedades agrícolas.
Algunos de los peones siguieron como si nada, cargando y descargando, con el agua por los tobillos y empapados de pies a cabeza. Algunos bultos se perdieron en la esquina del mercado, o se abrieron mar adentro por la avenida circundante.

Emma no pudo salir de su improvisada cárcel, el pánico la mantenía allí, inmóvil temiendo lo peor, un jovencito se acerco e intento brindarle ayuda pero terminó por alejarse al ver la cara de desencajada de Ema.

Apurados como hormigas que ven llegar el otoño, los hombres corrían o nadaban velozmente, intentando salvar lo más posible, aunque fuera una tarea imposible de concluir.
Los estibadores sacaron su mejor habilidad a relucir y en cadenas humanas, de todos con todos, lanzaban por el aire los cajones repletos, los atajaban con maestría y los apilaban en donde fuera que estuvieran a salvo.

Ema por el contrario, asistía a todo aquello como si el sonido atronador del cielo la hubiera convertido en una estatua, una estatua en medio del espectáculo circense, donde equilibristas. magos y sobre todo malabaristas, montaban un espectáculo improvisado y a publicó vacío.

El agua no tardó en superar las veredas y cuando llego al los galpones, las ratas, cuando no, salieron trepadas en los restos de maderas, naufragando en dirección norte, sin rumbo ni destino fijo, para entonces el agua llegaba casi hasta los muslos de los actores mal pagados y aunque muchos de los cajones estaban ya a salvo, seguían intentando salvar lo insalvable.
Un segundo rayo tembló más cerca y Emma vio con espanto, como algunos de esos hombres curtidos por la fajina, empezaban a ser arrastrados por la corriente, también rumbo a la avenida, también con destino incierto. Lejos de aplacarse la lluvia parecía interminable, toneladas de agua, formaban un nuevo paisaje, donde las pilas amontonadas de cajones se tornaban islas, casi seguras, donde los hombres se aferraban. A pesar de aquel caos, de aquella situación excepcional, todos menos Ema, se mantenían calmos y relajados, aun los que partían mar adentro, lo hacían de un modo solemne.

Cuando la cosa no podía ponerse peor, empezaron a llegar cosas y cositas de los barrios altos, paraguas, gorros, apliques de cabello, pelucas viejas, y uno que otro viejo calandraque que pasaba sonriendo y saludando a Emma, antes de perderse bajo el agua. Los peces empezaron a aparecer en cardumen y comer los restos de frutas y verduras, para no ser menos también saludaron a Ema, vinieron expertos, buzos, científicos, turistas japonés todos parecian darse cita en aquel mercado.
De pronto tan aprisa como sucedió todo, así mismo, se esfumó. 

Emma comprendió, que aquel acontecimiento irrefutable no era un sueño, sino la constatación de lo posible, de los sucesos improbables, un nuevo rayo o el de siempre,  le había caído en el mismo lado



Código de registro: 1701230433802

: 23-ene-2017 23:35 UTC

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