La voz interna

sábado, 7 de enero de 2017

Ultima maestra


MI ULTIMA MAESTRA




Durante aquellos años no me cuestionaba muchas cosas. Como casi todos los niños, uno pregunta¿es verdad?”, y queda medio desconfiado de las respuestas; pero no es cuestionamiento, es simplemente desconocimiento.
Para colmo yo era uno de esos niños fácilmente embaucados por historias irrisorias y poco elaboradas.

En ese entonces, la maestra era como la gran enciclopedia de la verdad, una verdad incuestionable.
Se sentaba en aquel escritorio enorme, sosteniendo con una mano una galleta de arroz y con la otra sumergia incansablemente el saquito de té. Mientras tanto nos miraba por encima de aquellos grandes lentes, de armazón plateado y cadenita. Su sola presencia imponía respeto y temor, dos cosas que en ocasiones son difíciles de disociar. Luego de aquel ritual, dejaba la galleta sobre una servilleta, de papel perfectamente dispuesta a un costado de la tasa, que a su vez servía de apoyo a la cuchara donde luego dejaba descansar el saquito de té. Pasaba la lista prestando atención a cada presente y preguntando si teníamos a mano, la tarea del día anterior. Escuchando con atención y gesto de reprobación excusas infantiles de los que estábamos más al fondo, perros, pianos imaginarios, hermanos menores y dos o tres excusas más transmitidas generación por generación, entre niños que jamás se conocieron.



Recuerdo aquella clase en particular, la he repasado algunas veces a lo largo de mi vida. Creo que a todos nos llega el día en que dejamos de ver a aquella maestra como la razón absoluta y la empezamos a ver como una señora de dudoso criterio.
No fue por decir algo incongruente, ni una falsedad fácilmente comprobable, aunque me sonó a la mentira más grande del mundo, a la burla más doliente de mi vida.
¿Saben que nos diferencia de los monos? -dijo en tono de examen-.
Las respuestas no tardaron en llegar y fueron las que todos podemos imaginar. Entonces se quitó los lentes y los dejó sobre el escritorio, como cuando nos iba a decir algo importante.
El dedo prensil. dijo, moviendo ambos pulgares, haciendo el gesto de estirarlo y enrollarlo contra la palma de la mano.
No pude seguir prestando más atención, después de eso apenas sé de qué hablaba, algo de sostener herramientas y funciones humanas varias.



Para mí fue como un "flashback" al día anterior.
Mi padre llegaba bastante tarde a nuestra casa, tenía que tomar por lo menos, un bus, un tren y un subterráneo, para llegar. En aquella época no pasaba de los treinta años y tenía más facha de subversivo, de lo que fue en su vida. Lo recuerdo delgado, alto, con la barba espesa y una melena importante. Caminaba un tanto encorvado y aunque llegaba muy cansado, tenía un tiempo para nosotros y cada tanto nos traía algún dulce, que armaba el revuelo de mis hermanos. Aquel día no llegaba, intente quedarme despierto lo más que pude y no se que tan tarde en la madrugada, sentí la llave en la puerta. Llegó midiendo como diez centímetros menos, tenía una cara pálida y los ojos más tristes que le vi en mi vida. Traía una mano vendada y recogida sobre su pecho, como quien atesoraba algo invaluable. Pude escuchar a mi madre llorar y él, consolarla en la madrugada. Una máquina que tarde años, en saber qué era un balancín, le aplastó uno de sus dedos pulgares.

 
Yo sé que mi padre no es un mono. Llegué a decirle a mi última maestra, antes de salir llorando de aquel salón.
  




Código de registro: 1701230433802

: 23-ene-2017 23:35 UTC

2 comentarios:

  1. Jajaja me hiciste recordar viejos tiempos. Tienes la razón.

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    1. Gracias por comentar y que bueno que te trajera memorias de la escuela, un saludo Juan

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